domingo, 1 de junio de 2008

La verdadera tragedia en esta vida es la alta probabilidad de vivir hasta viejos.

viernes, 23 de mayo de 2008

Siempre me agraviaron todos los años, las horas,
los minutos que les di como un esclavo del trabajo,
realmente herí­an mi cabeza, mi interior, eso me poní­a
enfermo y un poco loco -yo no podí­a entender el
asesinato de mis años.
Sin embargo, mis compañeros de trabajo no mostraban
signos de agoní­a,
muchos de ellos incluso parecí­an satisfechos, y
verlos así­ me volví­a casi tan loco como
el estúpido trabajo sin sentido.

Los obreros se sometí­an,
el trabajo los masacraba hasta la nulidad,
los vaciaba y los tiraba después.

Me agravió cada minuto, cada minuto era mutilado
y nada me liberaba de la monotoní­a.

Consideré el suicidio.
Me emborraché en mis pocas horas de descanso.

Yo trabajé durante décadas.

Viví­ con mujeres de la peor clase, aquello que el trabajo
fracasaba en liquidar, lo liquidaban ellas.

Sabí­a que me estaba durmiendo
algo en mí­ decí­a, adelante, morite, dormí­, convertite en
uno de ellos, aceptalo.

Entonces otra cosa en mí­ me decí­a, no, salvá aunque sea el
pedacito más pequeño, no necesita ser mucho,
sólo una chispa puede incendiar
un bosque entero,
sólo una chispa,
salvala.

Creo que lo hice,
estoy feliz de haberlo hecho,
que cosa tan bella, afortunada
y puta.

Bukowski - La chispa

miércoles, 27 de febrero de 2008

Hesse.

Knecht habla de analogías y asociaciones de ideas en el juego de abalorios y distingue entre “legítimas” asociaciones, es decir comprensibles para todos, y “privadas”, o sea subjetivas. Allí dice:

“Para daros un ejemplo de estas asociaciones privadas, que no pierden por esto su valor particular, al estar terminantemente vedadas en el juego de abalorios, os contaré algo acerca de una de tales asociaciones de la época de mis estudios. Tenía alrededor de catorce años y era inminente la primavera, estaríamos en febrero o marzo, cuando una tarde un camarada me invitó a salir con él, para cortar un par de ramas de saúco, que pensaba emplear como tubos en la construcción de un molinillo de agua. Salimos, pues, y hubo de ser un día particularmente hermoso para el mundo o para mi ánimo, porque quedó fijado en mi memoria y representó para mí una pequeña experiencia. La tierra estaba húmeda, pero no había nieve ya; en la orilla de los arroyos brotaba vigoroso el verdor de la hierba, los arbustos desnudos se cubrían de yemas y los primeros amentos abiertos poseían un velo de color, el aire estaba saturado de fragancia, una fragancia llena de vida y de contradicción; olía a tierra húmeda, a hojas descompuestas, a frescos gérmenes vegetales; a cada instante uno pensaba que iba a oler las primeras violetas, aunque no se veía una sola todavía. Llegamos hasta los saúcos, tenían pequeños brotes, pero no hojas y cuando corté una rama, llegó hasta mí penetrante un aroma agridulce y violento que parecía recoger, sumar y aumentar en sí mismo todos los demás aromas de la primavera. Me sentí completamente embargado, olía mi cuchillo, olía mis manos, olía la rama de saúco: era su jugo el que despedía ese aroma tan penetrante, irresistible. Nada dijimos al respecto, pero también mi compañero aspiró largo rato el perfume, pensativo, con la rama delante de la cara; a él también le hablaba el extraño aroma. Bien, toda experiencia tiene su magia, y aquí mi experiencia consistió en que la primavera inminente, percibida ya al caminar por las praderas húmedas y blandas, en el perfume de la tierra y los brotes, fuerte y delicioso, se concentraba ahora y culminaba en un fortissimo del perfume del saúco hasta ser un símbolo sensual y un hechizo. Tal vez, aunque la pequeña experiencia no hubiera sido otra cosa, nunca hubiera olvidado esa fragancia; tal vez, todo nuevo encuentro futuro con ese aroma hubiera despertado en mí, probablemente hasta la ancianidad, el recuerdo de aquella primera vez en que tuve conciencia de ese olor. Pero hay algo más. En el estudio de mi maestro de piano, había hallado en aquella época un viejo volumen de música que me sedujo poderosamente, un tomo de Heder de Franz Schubert. Lo había hojeado un día que tuve que esperar al maestro más de lo ordinario y, cuando se lo pedí, él me lo prestó por unos pocos días. En mis horas libres experimenté todo el gozo del descubrimiento; hasta ese día no había conocido nada de Schubert y quedé hechizado.

El día de la aventura de los saúcos o el día después, encontré el lied primaveral de Schubert “Han despertado los céfiros suaves”, y los primeros acordes del acompañamiento del piano me invadieron como un “reconocer”: estos acordes olían exactamente como los jóvenes saúcos, igualmente agridulces, penetrantes y concentrados, henchidos de una primavera inminente... Desde esa hora, para mí, la asociación “primavera cercana —perfume de saúco— acordes de Schubert” es algo innegable, absoluto, eternamente válido; con los primeros compases de los acordes huelo inmediata y fatalmente el agrio olor vegetal y las dos cosas juntas significan “primavera próxima”. En esta asociación privada poseo algo muy hermoso, algo que no daría por nada del mundo. Pero la asociación, el surgir constante de dos experiencias de los sentidos ante la idea “primavera inminente”, es asunto privado, particular, que me pertenece sólo a mí. Puede ser comunicada, es cierto, como lo hago ahora con vosotros. Pero no es posible trasladarla, cederla. Puedo haceros comprensible mi asociación, pero no puedo lograr que aún para uno solo de vosotros mi asociación privada se convierta también en un signo real, efectivo, en un mecanismo que reaccione indefectiblemente a la llamada y se desarrolle siempre exactamente igual”.

miércoles, 13 de febrero de 2008


A aquellos que dicen no creer en el destino, yo quiero preguntarles que van a hacer el día de su muerte...

jueves, 7 de febrero de 2008

Llegar, indefectiblemente esperarte,
y verte salir con tus piernas largas
y esos ojos feroces que engañan, tímidos.
Con tu voz dulce y suave que inunda la mente.

Si no digo nada no es vergüenza ni descortesía,
prefiero perderme en ese mundo de tu cuerpo.
Subir por tus piernas hasta alcanzar las puntas,
de las cuerdas doradas que caen por tu espalda.

Y trepar hasta tus ojos, ver el alma que se esconde
quedarme en tu boca, nadar en tu voz, ahogarme.
Sentir el momento justo del ensueño, y despertar.

lunes, 7 de enero de 2008




Fashon Dictates

jueves, 27 de diciembre de 2007

"Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas, y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir la tiranía."

Mariano Moreno.